EL RÍO DE HERÁCLITO

Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Esta frase la pronuncié hace mucho tiempo, y desde entonces, he reflexionado sobre ella con frecuencia. Cada vez que la escucho, me lleva de vuelta a aquel día en el río que cambió mi vida.

Era una tarde de verano, y el sol estaba en su apogeo. Desde lejos, podía escuchar el rumor del agua que golpeaba contra las piedras del río. Decidí que era el momento perfecto para darme un baño y refrescarme de tanto calor.

Me quité la túnica y me sumergí en el río. El agua fría envolvió mi cuerpo y me sentí vivo, renovado. Nadé durante un rato y observé el paisaje que me rodeaba. Me fijé en cómo el agua fluía sin cesar y cómo las piedras del río eran moldeadas por el constante impacto del agua.

Mientras estaba sumergido en el río, pensé que, en ese momento, era la única persona en el mundo que estaba experimentando ese río en particular. Nadie más podía sentir el agua fría y fresca en su piel, nadie más podía ver los reflejos de los rayos de sol en el agua o escuchar el suave murmullo de las corrientes. Me di cuenta de que cada momento era único e irrepetible.

Después de bañarme, me quedé a observar el río mientras me vestía. Fue entonces cuando pronuncié aquellas palabras que aún resuenan en mi mente. «Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río», dije en voz alta. Esas palabras se convirtieron en mi lema, en mi filosofía de vida.

Desde entonces, he enseñado a mis discípulos que todo en el mundo es cambiante, que nada permanece igual. Cada experiencia es única e irrepetible, y eso lo hace invaluable.

Me di cuenta de que la vida es como un río que fluye sin cesar, y que cada momento es como una piedra que es moldeada y cambiada constantemente por la corriente. Por eso, debemos aprender a disfrutar cada instante de nuestras vidas como si fuera el último, porque nunca volverá a ser igual.

Cada vez que escucho a alguien reproducir mi frase, yo sonrío y viajo de vuelta a ese río en el que me sumergí y en el que descubrí una verdad que hoy todavía enseño a los demás. Porque en ese río, entendí que nada es permanente, y que cada momento es único e irrepetible.