EL PESO DEL SER

Lo siento en cada respiración, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso, viscoso, y cada bocanada fuera una laboriosa tarea. Dicen que el alma no pesa, que es etérea, inasible. Mienten. La mía pesa toneladas. Es un lastre invisible que me arrastra hacia el fondo, hacia la oscuridad donde la luz apenas se filtra, donde el silencio es la única compañía constante.
Llaman a esto «existencia». Yo lo llamo «cargar con la ausencia». Una ausencia que no tiene nombre, que no se define, que simplemente es. Como el vacío entre las estrellas, como el eco sordo después de un grito desesperado en la noche. Una ausencia que se ha instalado en el centro de mi ser, vaciando todo a su alrededor, dejando un hueco profundo, frío, imposible de llenar.
Camino por las calles de esta ciudad, que para mí es solo un escenario más, un decorado indiferente ante mi drama interior. La gente pasa a mi lado, rostros difuminados, voces que se pierden en el bullicio. No los veo realmente. Es como si estuviera separado del mundo por una membrana invisible, una barrera de cristal opaco que me permite observar sin participar, sentir sin conectar.
A veces, en la penumbra del amanecer, cuando la ciudad aún duerme y el silencio es más palpable, intento recordar antes. Antes de la ausencia. Antes de que este peso se instalara en mi alma. Pero los recuerdos son como fotografías descoloridas, fragmentos inconexos de un pasado que se siente ajeno, casi inventado. Había risa, creo. Había luz. Había una calidez que ya no siento, un eco lejano de una alegría que se ha extinguido.
¿Qué fue lo que se perdió? No lo sé con certeza. Quizás no fue una persona, ni un objeto concreto. Quizás fue algo más sutil, más esencial. Quizás fue la fe en el futuro, la esperanza en el mañana, la ilusión de un propósito. O quizás fue simplemente el alma misma, que se fue desprendiendo de mí como hojas secas en otoño, hasta dejarme vacío, hueco, habitado solo por esta pesada ausencia.
Escribo, a veces. Palabras que son como piedras, frases que se arrastran con dificultad sobre el papel. Poemas, los llaman algunos. Yo los veo como lamentos, como gemidos ahogados que intentan dar forma a este dolor informe, a esta tristeza sin nombre. Poemas para almas cargadas de ausencia, sí. Para almas como la mía, que vagan en la penumbra, buscando en vano una luz que ya no existe.
Intento encontrar consuelo en la filosofía, en las palabras de los sabios que intentaron descifrar el enigma de la existencia. Pero incluso ellos, los grandes pensadores, parecen lejanos, ajenos a mi dolor. Sus palabras, tan lúcidas, tan racionales, resuenan huecas ante la inmensidad de mi vacío. ¿Acaso alguno de ellos comprendió realmente este peso del ser, esta carga invisible que nos aplasta, esta ausencia que nos define?
Me miro en el espejo. Un rostro demacrado, ojos hundidos, la piel pálida como el pergamino viejo. No me reconozco en esa imagen. ¿Quién es este hombre que me devuelve la mirada, este espectro habitado por la ausencia? ¿Soy yo acaso? O soy solo un recipiente vacío, una cáscara hueca que sigue caminando por inercia, ¿Arrastrando consigo el peso de un alma que ya no está?
A veces, en la noche, cuando el silencio se vuelve más denso y la oscuridad más profunda, me permito soñar. Sueños confusos, fragmentados, poblados de sombras y ecos. En esos sueños, a veces, vislumbro fugazmente antes. Un jardín iluminado por el sol, una melodía lejana, un rostro sonriente que se desvanece al despertar. Esos sueños, lejos de consolarme, solo intensifican la ausencia, hacen más palpable el vacío, más pesado el lastre.
¿Hay salida para este laberinto de sombra y silencio? No lo sé. A veces, la desesperanza me invade por completo, me arrastra hacia el abismo. Otras veces, una chispa tenue, casi imperceptible, se enciende en la oscuridad. Una vaga esperanza, quizás. La posibilidad remota de que, algún día, el peso del ser se aligere, la ausencia se desvanezca, y el alma, liberada de su lastre, pueda volver a respirar, a sentir, a vivir.
Pero por ahora, solo queda cargar con la ausencia. Arrastrar este peso invisible a través de los días grises, las noches interminables, las calles indiferentes de esta ciudad que no es mi hogar, que no es nada para mí. Solo un escenario más en el drama silencioso de mi alma, un alma cargada de ausencia, un alma que pesa toneladas, un alma que lucha por respirar en este aire denso, viscoso, en este mundo donde la luz se ha extinguido y solo queda la penumbra, el silencio, y el eco sordo de un grito desesperado en la noche. El peso del ser… Mi eterna condena. Mi única verdad.