EL AMIGO DE POE

Había algo en la oscuridad de sus letras y en la turbulencia de sus personajes que atrajo a mi corazón desde que era joven y comencé a leer las obras de Edgar Allan Poe. Como muchos, me atrajo por sus historias extrañas y macabras, pero pronto descubrí que su escritura iba más allá de lo superficial. Fue entonces cuando empecé a ver a Poe como un hombre atormentado por sus propios demonios internos que encontró en la literatura una forma de canalizar su dolor y de conectar con el mundo.
A medida que leía más y más de las obras de Poe, me di cuenta de que había una conexión profunda entre nosotros. En sus historias, encontré confort y un escape de la realidad, pero también encontré inspiración para mi propia escritura. La fuerza y la calidad de sus narraciones crearon en mí la necesidad de visitar la tumba de Poe, para experimentar la historia en carne propia.
Finalmente, mi oportunidad llegó. Antes de entrar al cementerio, compré tres hermosas rosas y una botella de coñac. Sabía que estos objetos no serían simplemente decorativos en la tumba de mi querido Poe.
Llegué temprano al cementerio y caminé lentamente hacia la tumba de Poe. Cuando lo vi por primera vez, mi corazón se aceleró y una especie de escalofrío me recorrió la espalda. Pero también había una sensación de paz en el aire, como si el gran escritor estuviera allí conmigo, esperando a que yo llegara. En su tumba había un epitafio que decía ‘Igual que tú, también estoy enamorado de lo bello’.
Con las rosas en una mano y la botella en la otra, me acerqué a su tumba. Cada paso que daba, sentía como si estuviera acercándome a un amigo antiguo, alguien que conocía profundamente pero que nunca había conocido en persona. Puse las rosas suavemente sobre la piedra y con una mano temblorosa destapé la botella de coñac. El olor dulce y añejo me recordó a Poe.
Mientras bebía, sentí que mi corazón se llenaba de calidez y de una extraña paz. El sol estaba saliendo detrás de las nubes, y la brisa fresca llevaba el aroma a coñac y a las flores que había traído. Miré a mi alrededor, a todas las tumbas que rodeaban la de Poe. Parecían soledades recientes, despedidas sinceras, malogrados anhelos y festines para los espíritus.
Continué bebiendo y hablando en voz baja con Poe, contándole sobre mi vida y todo lo que había pasado desde la última vez que había leído uno de sus escritos. Me sentí como si estuviera en la compañía de alguien a quien conocía muy bien, aunque nunca lo hubiera conocido en persona. Pensé en todos los premios, los premios que nunca podrían agradarle, todo el dinero que nunca podría verdaderamente disfrutar en su vida escasa.
Conforme iba pasando el tiempo, el cementerio comenzó a llenarse de visitantes y finalmente me vi obligado a dejar ir a Poe y volver a casa. Pero la experiencia que tuve en el cementerio con mi escritor favorito sigue siendo uno de los momentos más memorables de mi vida.
Aunque Poe haya muerto hace tanto tiempo, su legado sigue vivo en mí y en aquellos que leen sus obras con devoción. Su habilidad para escribir historias que te hacen sentir como si estuvieras en otra dimensión es lo que lo hace especial, y su habilidad para conectar con sus lectores es lo que hace que le sigan amando aún hoy en día.
Por eso, cada vez que regreso a Baltimore, no puedo resistir la tentación de regresar al cementerio para pasar un momento con mi amigo Poe. Siempre llevo tres rosas y una botella de coñac conmigo, porque sé que, aunque él haya muerto, nunca lo olvidaremos y así, posiblemente nunca esté realmente solo.