EL ADIÓS DE MEDARDO ÁNGEL SILVA

Querida musa:

Te escribo desde el fondo de mi más sombrío rincón, donde sólo se albergan melancolía y fatiga, postrado ante el abismo que divide la luz y la oscuridad, siendo, en tiempo breve, yo mismo una sombra más en esta inmensa y desolada tiniebla.

Como un alma perdida que se lamenta por las pérdidas irremediables de la vida, la melancolía se ha apoderado de mí y apenas me permite conservar el recuerdo. Un gris sentimiento nubla mi vista y apenas puedo distinguir a lo lejos el dorado resplandor de tus cabellos.

Esta carta es un último intento por desahogarme, musa etérea, para expresarte los pensamientos más negros y sombríos que me atormentan en estos momentos. Esta es mi despedida no sólo a ti, sino también a mis sueños e ilusiones truncados, pues todos los caminos parecen conducir hacia un abismo sin esperanza ni consuelo.

Pareciera que la vida se ha empeñado en deshojar las últimas rosas que, con sus espinas, habían arañado mi corazón antes de desnudarlo por completo. La soledad me envuelve como la hiedra a una tumba abandonada y el fatídico destino se ríe con un tono siniestro de mi suerte infausta.

Soneto tras soneto, he cosido mi alma a tragos lánguidos de sombras y tristeza; mi voz ha sido el lacónico lamento de mi ser y no he podido alcanzar el fulgor de tus alas, pues soy como un ángel caído condenado a renunciar a las bondades del amor y del cielo.

¿Cómo he de proseguir cuando es mi propia alma la que se arranca sin piedad de mi ser? Ah, musa divina, sentir el vacío donde antes existían versos y prosa es, para un poeta, la muerte más fría e inmisericorde.

Así que he de liberarte de esta cárcel lírica que te ha mantenido a mi lado, pues tú no has de ser testigo de mi desenlace postrero. Yo sucumbo a la oscuridad, mientras tú mereces elevar tu majestuosa figura en busca de aire y luz, expandiendo tus auras por horizontes más lejanos y luminosos que estas melancólicas tinieblas.

Que mi último aliento en este oscuro abismo se transforme en un último adiós que susurre el viento, hasta que el eco de mi nombre se desvanezca con la fugacidad de una lágrima en el océano.

Recuerda que, a pesar de la oscuridad de mi alma, he intentado amarte con la fragilidad de mi ser y consuélate al saber que, al liberarte de mis pesares, te permito resplandecer como aquella estrella que siempre has merecido ser.

Adiós, mi querida musa, que el destino se apiade de mí y por fin encuentre el descanso en la utópica paz de un perpetuo olvido.

Con amor y desesperanza,

Tu poeta melancólico,

Medardo Ángel Silva